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El riesgo financiero puede interpretarse como una medida de incertidumbre sobre el resultado final de una inversión. Bajo ese criterio, la inversión menos arriesgada sería aquella en la que no cabe desviación entre la rentabilidad esperada y la realmente obtenida, en un plazo de tiempo determinado de antemano.

Es un concepto distinto al de volatilidad, que se refiere a la desviación que sufren las valoraciones de los activos respecto a su media. Durante el tiempo transcurrido hasta completar el plazo sobre el que se realiza la medición, el rendimiento de la inversión no se ha mantenido pegado a la recta que representa la rentabilidad media, sino que ha fluctuado en torno a ella.

El dato de volatilidad se presenta anualizado y, entre otras cosas, sirve para definir el marco de fluctuación normal de un activo. Si un activo cotiza a 100 con una volatilidad anualizada del 15 por ciento, la lectura es que aquellos valores entre un más menos quince por ciento, entre 115 y 85, deben considerarse como valores normales en el estándar estadístico a un año vista.

En la inversión a largo plazo, conviene disociar ambos conceptos, el de riesgo y el de volatilidad, porque solo son coincidentes a un año vista. Si la inversión se plantea a plazos superiores, el riesgo, concebido como medida de incertidumbre del resultado final, disminuye cuanto mayor sea el horizonte temporal.

El ejemplo del túnel recto

Imagine un túnel recto de diez kilómetros, en el que se ve la salida desde que se entra en el agujero, en el que lanzamos una pelota con fuerza suficiente para atravesarlo, mientras rebota entre el suelo y el techo. Sabemos que saldrá, pero no si lo hará por el centro. El ángulo de salida respecto al punto de entrada, debido a la distancia, es menor que el ángulo en el que puede rebotar en cada kilómetro de los diez que debe recorrer. La rentabilidad esperada está representada por el centro de la salida, el riesgo lo estaría por el ángulo de desviación a diez kilómetros vista, mientras que la volatilidad sería el ángulo que podemos observar en cada punto del recorrido respecto al siguiente kilómetro.

Un ejemplo de lo que estoy hablando sería el de la cotización de una obligación o un bono a diez años. La rentabilidad final coincide con la esperada, pero su cotización sufre variaciones (volatilidad) respecto al rendimiento; su cotización no está permanentemente en la recta. Estaríamos ante un instrumento sin riesgo si dejamos transcurrir el tiempo hasta el vencimiento, pero con volatilidad hasta llegar ese momento. Lo pueden apreciar en el gráfico que ilustra este artículo.

Inversión indexada y value investing

En la inversión indexada o el value investing, el riesgo concebido como medida de incertidumbre disminuye a largo plazo. Este fenómeno se manifiesta en mayor medida cuánto mayor es la diversificación entre modelos de inversión, entre los dos citados y entre éstos y otros estilos de inversión.

La inversión indexada y el “value investing”, como estrategias de inversión son contrapuestas en algunos aspectos y coincidentes en muchos otros. Es cierto que no existe un método único de inversión indexada, lo mismo que cohabitan distintos modelos de “value investing”, lo que le resta rigor una comparación general de ambos estilos, pero algo común a todas las variantes es el ejercicio de la paciencia, como instrumento para recoger el fruto en forma de alta rentabilidad.

El éxito de estos estilos, a pesar de su alto rendimiento a largo plazo, no ha estado exento de periodos de fuertes pérdidas, compensado por otros de ganancias extraordinaria, antes de poder presumir por su rentabilidad media anual. Como ejemplo podemos citar la evolución histórica del fondo Bestinfond, el que lanzó a la fama al excelente gestor Francisco García Paramés, quien en dos décadas puede presumir de haber obtenido una rentabilidad media anual próxima al 16%, pero que entre junio de 2007 y marzo del 2009 su fondo sufrió una pérdida superior al 50%. 

La aportación periódica y la diversificación ayudan a controlar el riesgo a corto plazo

Por lo expuesto anteriormente, debemos concluir que el cuándo, el cómo y en qué se realiza una inversión es importante. Porque aunque la rentabilidad esperada difiera poco de la que se obtenga al final, en el corto plazo se pueden sufrir valoraciones muy adversas que, en primer lugar, minen la confianza en la inversión y, en segundo lugar, condicionen la retirada del dinero ante la aparición de un imprevisto que obligue a disponer de los recursos invertidos.

Ni invertir todo el dinero de golpe, ni hacerlo en un mismo estilo de inversión. Ambas medidas contribuyen a reducir la exposición a la volatilidad a corto plazo. Siempre debe cohabitar alguna inversión de baja volatilidad, aún a costa de una menor rentabilidad, para disponer de una fuente a la que acudir en caso de necesidad que coincida con una etapa de mal rendimiento de las mejores inversiones y para colocar el dinero que está pendiente de incorporarse a la inversión indexada.

Muchas gracias por tu tiempo. Un saludo.

(Este artículo ha sido escrito por Pablo del Canto, asesor financiero de Merisa Patrimonios).

* Las opiniones vertidas en este artículo son únicamente la visión del mercado del analista. Bajo ningún punto de vista representan ideas de inversión. Recuerde que invertir en el mercado de valores conlleva sus riesgos. Asesórese con un profesional antes de operar en los mercados.


Pablo del Canto

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