Donald Trump y Estados Unidos, están, en estas últimas semanas, en el centro de todas las conversaciones y debates, a todos los niveles sociales. En las sobremesas familiares, en el trabajo o cuando se sale a tomar algo con los amigos. Y no es para menos, ya que es una amenaza al sistema político y económico en el que vivimos. Lo que Trump supone para sus defensores es una posibilidad de cambio, de volver a recuperar el antiguo orden económico en el que EEUU llevaba la voz cantante. Para sus detractores, supone una amenaza a todo el sistema que se ha ido creando desde los años 70.
Pero, ¿qué es lo que realmente supone la victoria de Trump para el mundo?
Antecedentes históricos
Si nos remontamos al final de la II Guerra Mundial, la conferencia de Bretton Woods y el sistema económico resultante abren un nuevo camino para la economía internacional, que había sido proteccionista en el periodo de entreguerras. En Bretton Woods se acuerda la creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, para así llevar a cabo un modelo donde los países pudieran desarrollar un sistema basado en el progreso y la disciplina internacional como medio para alcanzar un comercio exterior con vitalidad, pero donde las políticas sociales y económicas de cada país tuvieran posibilidad de maniobra. Este sistema, el multilateralismo, impuesto por EEUU, significaba que las reglas en el comercio y en las políticas económicas, se canalizarían, a partir de ese momento, a través de estos organismos internacionales, lo que otorgaba la posibilidad de que los intereses económicos no estuvieran regidos por ningún país sino por órganos o acuerdos globales, como el GATT (General Agreement on Tariffs and Trade).
El GATT proporcionó a los países la posibilidad de negociar y eliminar una gran parte de las barreras comerciales existentes entre ellos. Pero estos acuerdos comerciales, aunque redujeran las barreras al comercio, no apuntaban a la globalización, sino que señalaban el camino para que los países pudieran encontrar la política que más les beneficiase, basada en su propio modelo productivo y buscando la mejora de su economía nacional, no la del comercio internacional. El GATT era bueno, en tanto que sirvió de precedente para la posterior creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC), ya que el primero albergaba lagunas en su capacidad para hacer cumplir los acuerdos o en cómo los países podían utilizar las cláusulas antidumping o de Salvaguardia.
La creación de la OMC en 1995, viene motivada por un cambio progresivo en el pensamiento económico, que lleva a hacer bueno el aumento del comercio global y aboga por una liberalización cada vez mayor, tanto de bienes como de capitales. Esto se explica por la creencia de que fue esta liberalización y no el sistema establecido en el GATT, la responsable de la bonanza en la que estaba sumida la economía internacional.
Al surgir la OMC con un poder sustancialmente mayor que el GATT y tomar una posición globalizadora en sus juicios y medidas, son los países pequeños, pobres o con poco poder dentro de ésta, los que se ven arrastrados por las preferencias de los desarrollados, lo que se traduce en políticas que toman la globalización como fin último del bienestar, sin tener en cuenta el resultado que genera dentro de cada país.
Ademas, la creación de la OMC, abre, sobre todo, un camino a la libre circulación de capitales, que había estado sujeta a restricciones durante el tiempo que duró el sistema de Bretton Woods. Esto hace que, a partir de ese momento, los países tengan que decidir entre dar prioridad a sus políticas nacionales o a su política monetaria, puesto que deben tomar en consideración que todas las medidas que adopten van a ser consideradas por los inversores extranjeros y que eso determinará la bonanza de su economía. Todo ello trae consigo una pérdida de la visión interna del país en pro de una visión externa, basada en contentar a los mercados para que el dinero no deje de fluir hacia el país. Lo que provoca esta situación es que los gobiernos estén en manos de los inversores extranjeros, puesto que no tienen mecanismos para combatir, y son ellos los que realmente hacen decidir sobre las políticas nacionales.
Cuando los mercados se comportaban bien, la economía crecía a buenas tasas y la mayoría de la gente estaba contenta con el modelo. El problema residía en esto mismo, el comportamiento de los mercados, que llevó a la crisis asiática de los 90 y a la crisis de las hipotecas sub-prime de 2008.
El trilema, o trinidad imposible, de la globalización
A pesar de todo esto, los organismos internacionales no han cambiado su estrategia, siguen optando por la globalización. En este caso y a estas alturas, la “hiperglobalización”, como la denomina Dani Rodrik, sigue siendo el fin al que, parece, buscan encaminarse estos organismos, sin tener en cuenta, para ello, lo que necesita cada país.
El mismo Rodrik, da la clave para este fenómeno, con lo que él llama “el trilema de la globalización”. Este vendría a dividir las opciones de los países para desarrollar su economía en: “hiperglobalización”, política democrática o tener una Nación Estado, pudiendo elegir solo dos de ellas, pues la otra es inalcanzable en ese caso. Por tanto, en este momento y ante este modo de proceder por parte de los agentes políticos occidentales, se está renunciando a una política democrática, donde los ciudadanos tengan poder de decisión dentro de cada país, en favor de seguir conservando los países, tal y como los conocemos, y buscando la globalización económica.
El caso de renunciar a las Naciones Estados en favor de las otras dos, sería el posible futuro de la Unión Europea, pero ese es tema para otro momento.
Por tanto, volviendo al inicio del artículo, lo que supone la victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses, es una posible reconversión de la economía mundial hacia políticas económicas basadas en los problemas internos de los estados, hacia el crecimiento de los países a través de la búsqueda del sistema óptimo de desarrollo de cada uno y hacia un sistema económico basado en las mejoras tecnológicas de cada país como forma de competencia y competición (como tras la II Guerra Mundial).
Trump puede ser, por ello, el primer paso hacia un nuevo orden mundial, que venga, posiblemente, de la mano de los populismos que están surgiendo en una gran parte de Europa.
El retroceso de la globalización no tiene porqué ser malo en sí mismo, sino que puede ser un futuro donde las economías consigan, y necesiten, hacerlo mejor.